26 mayo 2010

El poder de la acción y reacción

Hay personas que viven con una especia de "síndrome del bombero", que descansan tanto en sus aptitudes, que sólo reaccionan y ponen lo mejor de si ante situaciones límite. De otro modo, lo humano, el talento, la capacidad y la genialidad no aparece.


Hace un mes sentí que llevaba al menos cuatro años intentando despertar del letargo a un ser querido de distintas formas: con alarmas suaves, otras melodiosas, unas armónicas y otras extravagantes, pero nada... ¡NADA! deba resultado. ¿Fue pecado casarme, tener hijo, optar a pasar del arroz a la carne?

Ese "dormir" me generaba más y más ansiedad. Había un mundo fantástico recorrido antes del letargo y otro por recorrer cuando este entrañable personaje despertara, pero seguía sumergido en sus sueños. Un buen consejo me llevó a pensar que había que respetar tiempos, que así como hay fiesta en la casa al otro día se debe ordenar y no se puede vivir enfiestado cada día.

Entonces me armé de paciencia y esperé otro tiempo más. Incluso traté de dormir yo también, a ver si por ahí había alguna conexión. Pero me duró poco... cuando uno entiende que la vida es corta, que la primera cana demora pero llega acompañada de otra veintena, que el letargo a veces se transforma en un compañero que jamás te abandona, entonces, ya decides no esperar más y despertar o ¡despertar!

Decidido, volví a usar las mismas alarmas de hace un tiempo, y aún más. Unas tecnológicas, otras emotivas, algunas de alto volumen y las últimas inventadas por mis propias manos. Pero a este ser querido, de los pocos que me interesaba tener al lado para recorrer la aventura de la vida, nada lograba despertarlo.

Hasta que se llega al final del camino y tienes dos alternativas. O entiendes que ya no existe más vínculo o realizar un acto irracional, inconsulto, inesperado y de esos que no miden consecuencias para quemar el último cartucho. No me extraña haber tomado esa decisión, aquella que ha llevado con determinación a lograr cosas que parecían imposibles y que muchas veces escapan a la lógica, siempre con un noble fin.

Pero esta vez no podía ser una alarma más fuerte. Tenía que ser una detonación foribunda, un grito del alma que asegurara el despertar. Una acción que generara una reacción si o si.

En un post publicado hace unos días develé una situación límte, acusé a este ser querido de ladrón y puse todo lo que la desinformación de años de letargo me había generado. Hice daño para que duela, para saber si tras la dura piel aún había sangre. Me tuve que responsabilizar de todos los coletazos, de todo el dolor que cala a inocentes, a personas que quiero y respeto. Y tuve que contener mi propia pena por traicionar mi forma de andar por la vida, con una sonrisa y con la bondad de respetar a cada ser humano por sobre el daño que muchos causan sin siquiera proponérselo.

Y funcionó. La detonación fue gigante, pero tras el ruido y los golpes vino el despertar. Los números que pedí por años llegaron a mis manos. Las palabras que esperé escuchar por largo tiempo llegaron a mis oídos. La urgencia que tantas veces le di a las situaciones que necesitaba conversar fue compartida y comprendida. La información necesaria para calmar las ansias ya no se negó.

El objetivo se logró. No sé si los rezos, las lágrimas o el fuego interno fue el que lo hizo (quizá la mezcla), pero el asunto es que el acusado reaccionó y despertó. Y lo volví a ver en la tierra, lejos de ese olimpo que distorsionaba todo, y como iguales, tomamos un café y transformamos veinte minutos en verdad.

Ahora asumo la responsabilidad del bombazo. Ahora el despertar abrupto y las duras acusaciones traen un dolor que requiere largo tiempo de sanación. Pero no me importa, pues el objetivo final se logró: despertó, reaccionó y quizá no sea yo el beneficiado, pero el olimpo y el letargo pierden un alma que vuelve a tierra, a lo simple, a las cosas que realmente valen en la vida.

El post se borró, nada me averguenza más que el recurso nefasto de dañar y nada me cuesta más que perdonar el haberme obligado a hacer algo así para conseguir información. Pero ese último minuto de los veinte junto al rasa, justifican lo realizado. Machito-machito.

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