23 mayo 2008

La pena del Quijote

Este texto lo escribí para una editorial de http://www.diariopyme.com, pero me quedó tan personal que además lo comparto en este íntimo espacio de Un Ciudadano llamado Leo Meyer:

Nuestro comportamiento como personas en la sociedad no deja de sorprenderme. De manera constante analizo lo que hace el resto, mi propio actuar y lo que veo o leo en los medios de comunicación. Dedico importantes horas a "pensar" a "meditar", sin el objetivo de jactarme de aquello con mis más cercanos, sino por gusto, para mí.

Y he llegado a conclusiones que, debido a que nada es constante ni absoluto, en esta etapa de mi vida (acabo de cumplir 35 años) me parecen certezas.

Generalmente resulta más fácil perder lo ganado que ganar aquello que nunca he tenido y siempre he querido. Parece ser que dilapidar las ganancias es más común que consolidarlas. Nos asombramos cuando alguien hace algo bueno y somos los primeros en destacar los errores del resto. Tenemos tres minutos de tristeza y preocupación por cada uno de alegría. Ya ni en las fotografías nos nace sonreír.

En el plano familiar no reconocemos públicamente el amor por nuestros padres y éstos no se esfuerzan por reconocer directamente a sus hijos cuánto los quieren, con cariños, abrazos, besos y palabras de aliento. En cambio, hay reconocimiento material por parte de los padres a los hijos, de la mano con una serie de exigencias. De vuelta, tenemos hijos que no aprenden con ejemplos a ser demostrativos y que por ello aman u odian los bienes materiales, en vez de mirarlos con más templanza.

De lo anterior, se genera un plano afectivo íntimo, de pareja, que está en decadencia social. Muy pocos se comprometen con quien dicen amar, y cuando lo hacen, las razones más repetidas son "por el hijo que viene en camino", "porque ahora podemos (dicho en términos económicos)" y "porque ya es hora (dicho en términos de la edad o el tiempo que lleva la relación)". Pero casi nadie dice "porque la o lo amo".

Insisto: pienso que el amor no está en crisis, lo que me resulta evidentemente en decadencia es el compromiso, y eso está muy, pero muy mal. Parece que nadie ha explicado que idealmente ser comprometido vaya de la mano con ser fiel, pero no es una obligatoriedad, excepto para la mirada de algunas religiones. Ser comprometido es asumir una responsabilidad sin presiones y dar lo mejor de si para que lo asumido se haga y bien, sin caer en la testarudez.

Si no hay compromiso de pareja ni amor por el seno familiar... ¡qué podemos esperar de las relaciones que ha construido el hombre!Las relaciones comerciales no son naturales como la amistad, el amor y los afectos en general. La relación de un empresario con sus trabajadores es inventada por los hombres. Lo mismo ocurre entre proveedores y clientes, entre socios, entre compañeros de trabajo... en todo sistema laboral, dependiente o independiente, existen un sin fin de relaciones y todas ellas son creadas por el hombre. Incluso en las empresas familiares parece primar más la relación comercial que la sanguínea.

Siguiendo con mi cuestionamiento... ¿Qué podemos esperar de estas relaciones comerciales si las propias del ser humano están mal?

Cada día veo más empleados con la misma riqueza material que tenían hace cinco años, agradeciendo al cielo por mantener su trabajo y engañados por su deseo de supervivencia por tener lo que tienen. Prefieren no tener problemas que aspirar a más. En cambio, veo empresarios que partieron igual que sus empleados y hoy tienen autos, casas, riqueza y una serie de beneficios que sus empleados sólo sueñan.

Y entre empresarios la lucha es aún más encarnizada. El que compra quiere "la guerra mundial por cinco pesos", se siente con el poder de exigir rebajas en los precios sin fijarse en la calidad y además paga prácticamente cuando quiere. Pero como esto es una cadena, no podemos ser tan injustos... tenemos que contentarnos con justificar este comportamiento en base a que a ese empresario también lo tratan igual sus clientes, que a su vez también tratan igual, y así.

Obviamente un cambio cultural en el ámbito económico no se producirá de la noche a la mañana. No soñemos. Acá don Quijote se muere de pena. Pero sí podemos cambiar hoy, ahora, en nuestro entorno. Aprendamos a querer, a querernos y a enseñemos a ser más demostrativos.

Si eso cambia hoy, es muy probable que nuestros hijos y nietos vivan en un mundo mejor. ¿Acaso hay alguien que no quiera eso para ellos? ¿Ni siquiera somos capaces de comprometernos con ellos? Señores, el futuro de la humanidad depende de cada uno de nosotros. No mire para el lado, haga su parte.

13 mayo 2008

Siete por cinco

Faltan minutos para cumplir mis 35 años. ¿Viejo? No, en absoluto, más bien preocupado por saber cuánto de esos años he vivido realmente. Hay un viejo refrán que dice que "la vida es la suma de los segundos conscientemente vividos" y, al menos en mi caso, la conciencia me llegó bien tarde. Pasado los 20 años, quizá...

Pero pocos o muchos los segundos realmente vividos, han sido intensos, llenos de adrenalina y cargados de compromiso social. La etapa más negra que pasé cuando "teenager" fue el destete de mi vieja, la oscura visión de la vida y el rechazo a las exigencias universitarias. En cuarto lugar están los sufrimientos del corazón, la polola que me engañó, el amor no correspondido y la princesa de los cuentos que decidió que yo no era su príncipe azul.

La luz de esos años estuvo en los infinitos campamentos y paseos con amigos en verano o en los fines de semana, donde tomé la costumbre que sigue hasta hoy de caminar sin rumbo, sin razón aparente... caminar por el sólo hecho de caminar, en la tierra, sobre el pasto, de bajada y de subida. Caminar hasta descansar, contemplar el lugar y luego volver a caminar devuelta.

Me acuerdo de una caminata eterna camino a Farellones, sobre millones de hojas secas que se mezclaban con el color del atardecer, transformando un todo de color ocre sin horizonte. O en el vapuleado Chaitén, cuando subimos (en plural, pues éramos 30 ó 40 amigos) por un bosque que adornaba un cerro, mientras llovía torrencialmente de "abajo hacia arriba"; hasta en Santiago las caminatas eran conversadas con amigos por largas horas y sin destino claro (son realmente muchas... me doy cuenta que debo escribir de más caminatas, pronto).

Cada paso con mis bototos aventureros era un segundo de conciencia vivido a concho, que fueron transformando mis dudas existenciales y problemas, en sonrisas y aprendizaje. Así, entre caminos y caminatas, llegué al cuarto de siglo, a los veinticinco.

Esa fue una etapa marcada por el fin de mi carrera y el comienzo de mi etapa laboral. A los 25 retomé la vida y me puse al día, pase de ser el eterno estudiante a empresario, casi de la noche a la mañana. Ahí partieron 5 años de mucha soledad de pareja, donde proyecté mi forma de ser en el ámbito laboral, en desmedro de mi natural forma de ser.

Sólo a los 30 llegó cierto equilibrio, me sentí por fin "adulto" y me atreví a decir "no" a muchas cosas que hasta entonces hacía sin pensar. A partir de los treinta me volví más reflexivo y, en cierto modo, más responsable con mi persona. Ayudó mucho el que ese cumpleaños coincidió con el primero de 5 años como profesor universitario, lo que me hizo enfrentar a los adolescentes desde una vereda distinta a la mía. Ya no éramos "nosotros", sino "ellos".

Cuando sea miércoles catorce dejo atrás los 34 y cumplo un año más de vida. No me celebraré y no tengo claro por qué no quiero celebrarme. Excusas tengo muchas, mi último cumple soltero, el que sea un número múltiplo de 5, el que justo mañana 14 se lanza el primer suplemento de DiarioPyme con el diario Publimetro...

Mañana será un día común, con reuniones, almuerzo con mi madre y una tarde de más relajo con mi polola-novia. Mañana tendré la emoción de abrir algunos regalos, recibir llamados de los cercanos y, como siempre, alguna sorpresa. Pero en general, será el inicio de una etapa nueva en mi vida que probablemente termine al multiplicar cinco por ocho.

De cinco en cinco es la cosa... parece.