12 agosto 2008

Fuerza de voluntad


Peso 73 kilos, pero un cuarto se lo lleva mi estómago. Para mi las olimpiadas están más lejos que Beijing y adoro las hamburguesas con queso. Pero quiero cambiar y confío en mi fuerza de voluntad.

Hace unos días, por motivos laborales, me tocó entrevistar a Érika Zamorano en la Ciudad Deportiva de su hermano Iván. Si bien la conversación se centró en las características familiares que han llevado a todos los "Zamorano Zamora" y al resto de los integrantes a emprender con fuerza y éxito, no pudimos evitar reparar en la importancia del deporte.

La última vez que jugué una "pichanga" fue el año pasado y mi mejor jugada fue atajar un remate dirigido a un desprotegido arco con mi rostro. Cero goles, pocos pases y miles de caídas fue el recuento final de esta incursión deportiva. Diez años antes al menos hacía goles de rebote, entregaba "en bandeja" otros cuantos para que el delantero de turno sólo empujara la pelota a la red y, por cierto, tapé penales en épicos partidos de dos horas.

3.650 son los días que me separan de ese estado físico envidiable, cuando podía caminar todo el día, jugar un partido por la noche, trotar por la mañana, salir con los amigos hasta la madrugada del sábado y aparecer temprano por la casa de mi madre a compartir un domingo familiar. Hoy me resulta imposible ir al estadio como espectador.

Vuelvo a lo de Érika. ¿Cómo hago deporte si apenas da el tiempo para organizar una vuelta en bicicleta con los sobrinos? Ella me comentaba que más que hacer "deporte", lo que se requiere es una actitud positiva hacia el ejercicio físico, que el tenis o el fútbol no son los únicos caminos para "mover el cuerpo", y seguido a eso me dio algunos consejos: Camina todos los días al lugar de tu trabajo, o bien, al menos unas cuadras; organiza mensualmente una actividad familiar al aire libre; ejercita al despertar y antes de dormir tus brazos, piernas y cuello.

Pero el consejo más llamativo vino después, cuando le comenté a un gordo amigo la decadencia física en que estábamos: "cambia tus hábitos de alimentación", me dijo mientras mordía un lomito italiano de la Fuente Alemana.

Me di toda esta vuelta del deporte, Érika Zamorano y la ironía de mi amigo, para comentar en este blog lo difícil que resulta renovar mi fuerza de voluntad. "La voluntad mueve montañas" es mi frase interpretativa del conocido pasaje bíblico. Confieso creer además que Mahoma no trajo las montañas hasta sus pies, si no que tuvo esa fuerza de voluntad para ir a ellas, por lejos que se encuentren.

Y en mi vida la voluntad siempre ha sido factor de cambio. Sólo por voluntad impulsé la creación de DiarioPyme, misma voluntad que en vez de multiplicar panes me permitió multiplicar fórmulas para contar siempre con los recursos necesarios para seguir con mi emprendimiento, a pesar de todo. Yo TENGO voluntad, pero lo había olvidado.

Desde hoy, he decidido echar mano a esa voluntad para aplicarla en mi cuidado físico, pues estoy conciente que ello llevará a un mejor estado mental. Y, quién sabe, muy pronto me encuentre como hace diez años corriendo junto a una pelota de fútbol, bicicleteando hacia la virgen del Cerro San Cristóbal o trotándo por el Forestal.

Es cosa de voluntad.

01 agosto 2008

¿Meyer? ¡Presente!

La última vez que vi a más de 3 compañeros de colegio juntos fue el mismo año en que egresamos, en 1990. Desde esa fecha nunca más tuve contacto con ellos, excepto por Pedro (amigo de infancia). Tuvieron que pasar 18 años para que volviera a reencontarlos y, sin querer pero queriendo, asumí la labor de coordinar el juntarnos en torno a una cena en un restaurant de Providencia.

Gracias a Facebook, primero tomé contacto con Claudia y Karen, a los que rápidamente se sumaron el propio Pedro, todos quienes le avisaron a sus contactos y éstos a los otros y así... la bola de nieve creció hasta tener a 15 invitados de los cuales sólo fallaron dos.

¿Mala suerte el 13? Esta vez no. Fuimos trece los que físicamente llegamos a reunirnos tras casi dos décadas sin compartir como lo hacíamos en una sala de clases, en los tiempos en que las niñas se formaban como mujeres y los chicos en hombres.

La ansiedad me llevó a organizar la reunión y, por lo mismo, fui el primero en llegar. A las nueve en punto llegó Valeria, luego Marcos y con él Guillermo. Rodrigo Penjean se asomó quince minutos más tarde, junto a Pablo. No terminábamos de saludarnos cuando hizo su entrada Rodrigo Daie con la mitad de masa corporal que lo recordábamos. Luego llegó Justa y casi de inmediato Francisco y Carolina. Ya habíamos pedido la comida cuando hizo su entrada Claudia, apenas 5 minutos antes que Karen y en seguida Pedro.

Los trece comensales se daban cita con la historia escolar que, personalmente, jamás pensé que algún día pudiese ocurrir. Y ocurrió. Ahí estábamos el grupo completo a metros del colegio que nos vio crecer, recordando aventuras y reconociéndonos tras varios años incomunicados.

La familia de la mayoría fueron los protagonistas. Las fotos de sus esposos, esposas, hijos e hijas se mostraban con orgullo. Otros preferían revivir historias y aventuras de la época escolar y, los más audaces, optaron por contar todo lo que ocurrío en sus vidas entre los años 1990 y 2008.

Y ahí estaba yo, en medio de todos, entendiendo que el tiempo no pasa en vano y que todo a la larga es cíclico. Fueron 5 horas en las que me sentí otra vez un quinceañero, un niño, un pedazo más del grupo humano que de ocho de la mañana a dos de la tarde compartía entre lunes y viernes la aventura de crecer. Parecíamos trece, pero nuestras historias y recuerdos sumaron a más de treinta. Nadie quizo dejar a nadie fuera y hasta el más anónimo de los compañeros de curso cobró relevancia en nuestra conversación.

Casi no nos dimos cuenta del paso del tiempo, el mismo que nos alejó por años. Nos dieron las 2 de la mañana y el grupo restante decidió que ya era hora de partir. Nos despedimos fijando una nueva reunión en octubre y nos dimos abrazos sinceros y cariñosos, con promesas de mantener el contacto.

Faltan minutos para las 3 de la madrugada y afuera llueve copiosamente. Dicen que el agua sana heridas y limpia el pasado. Y esta vez el ayer se hizo presente y trece almas se reencontraron con las historias del resto. Ya nos separamos y mientras una maneja en su automóvil al hogar, el otro abre la puerta y besa a su hija. Y quizá otros llegan a un espacio vacío con la misma sensación que tenía cuando llegaban cansados del Colegio.

¿Y yo? Antes de dormir decidí escribir estas palabras sinceras y emotivas, para plasmar en mi bitácora virtual un pedazo del pasado que se hizo presente al juntar 13 partes de una época inolvidable.

Otro círculo de mi vida se cierra. Esa imagen borrosa de personas hoy vuelven a tener rostros, voz y sentido. Y yo, vuelvo a ser parte de ellos.

Afuera llueve cada vez más fuerte...