29 octubre 2009

Breves historias en 100 palabras

De trabajar con tres personas pasé a trabajar con 130. Cerca, muy cerca, un empleado le habla a su jefe directo y éste no le contesta. Hay un incendio y el peón debe resolverlo solo mientras el rey habla con sus amigos por teléfono. Más tarde el boludo lo llama, le grita y lo humilla frente a todos nosotros. Odio a ese tipo, ya no lo saludo.

A mi madre le explotó el calefont hace unos días. Estaba sola. Me llamó exaltada. La tranquilicé. En dos días había un calefont nuevo. Le dije que no se preocupara del precio. Almorzamos y me contó que ahora sale más agua, es más tibia y que ya no debe prender el piloto. Yo me acuerdo de las miles de veces que me arrulló siendo un frágil niño y hoy me alegra arullarla en su fragilidad.

Un amigo murió en vida. El tercero en toda mi vida. Sobrevivió miles de veces por que antes del cementerio lo quise revivir en la UTI, pero ya no hay caso y preferí dejarlo morir en paz. Quizá vuelve a nacer, no sé, me da igual. Por ahora tengo la pena del duelo, era un buen amigo, no un mal agradecido como el segundo ni un egoísta como el primero. La cosa es que se murió y no hubo funeral.

Mi hijo crece sano y fuerte. Es altamente fotogénico. Envidio sus ojos grandes, los mismos de mi esposa, brillantes y llenos de vida. Lo veo crecer, afirmar su cabecita, decir "agú" fuerte y claro, tomar jugo de naranja, desesperarse cuando lo beso en el cuello, reir. Le gusta mucho reír. Pero más le gusta salir, sentir el aire en su rostro. Puede estar horas en la terraza mirando la paloma, la nube, la ventana que abren y luego cierran, las móviles sombras de los árboles contra la baldosa. Y yo disfruto el doble viendo cómo disfruta el cuando se le mueve su pelito al viento.

Cuando comencé a escribir esto me molestaba el mandamás que trabaja cerca. Ahora me apesta. Me enfurece su desprecio hacia sus empleados. Es un cabrón, de esos que mejor no tener cerca.

Mi esposa me mira más que antes. Me habla más con su mirada. Es más cómplice y yo de ella. Tanto trabajo a veces corta la comunicación verbal, pero nosotros hemos sabido potenciar las otras. Todas. Ya tendremos tiempo para hablar lo que no hemos podido hablar. Por ahora disfrutamos los silencios, los pocos instantes en que no somos tres. Fuimos al cine tras casi un año y no sé si la película era buena o nosotros estábamos extasiados de alegría por estar juntos, libres, trotando por las calles nuevamente.

Quiero seguir escribiendo, tengo mucho por decir. No sé si lo había escrito antes, pero la única forma con que justifico todo el tiempo que me roba la tecnología entre twitter, facebook, blog y mail, es cuando leo lo que escribí hace un año, dos o tres. Ya tengo una identidad en la web, no soy un bit, no soy un archivo descargable. No me pueden copiar ni pegar. Soy yo mismo. No tengo avatar. No tengo un alter ego. Soy yo, ahí para cuando me necesiten, igual como soy siempre. Servil. Con ganas de comunicar.

Ahora dejo de escribir. Pero ya vuelvo.

14 octubre 2009

Mi lado ecológico re descubierto

Alguna vez quise ser periodista científico, ligado al ámbito del medioambiente, pero pronto lo deseché y nunca más volví a revisar mis posición frente a este tema. Incluso rechazo a los ecologistas y me molesta tener que desenchufar las cosas por recomendación de mi esposa para minimizar el consumo energético. Pero ya era hora de revisar "mi parada" al respecto.

Hoy conversaba con un viejo amigo respecto de la sustentabilidad de nuestro planeta, de cómo estamos destruyendo todos los hábitat y como hacemos de la naturaleza entera un gran bien en extinción.

No conversamos SOLO de eso, seríamos unos amargados, pero nos quedó dando vueltas el "qué hacemos", si parece que cada ahorro de energía o conducta ecologista es como regar en el desierto.

Resulta que llegué a casa con todos esos cuestionamientos y me encontré con mi esposa amamantando a Sebastián, ese bebé que cada día me quita más minutos de atención con sus caras chistosas, sus balbuceos y sus sonrisas ante cada beso.

¿Qué mundo estoy heredando a este hijo? Al final del día es él quien tenga más tacos en las calles, más contaminación, menos verde y un costo de la vida mayor. Y sus hijos, mis nietos, vivirán una profunda crisis medioambiental que yo no conoceré pues estaré bajo tierra.

Resolví no resolver nada, excepto aprovechar como nunca lo que hoy existe. Tomé un gran vaso de agua, me comí una manzana y una naranja a mordiscones gigantes, salí a la terraza y experimente grandes bocanadas de aire verpertino y, ya de madrugada, estoy presto a dormir disfrutando de un silencio que quizá a futuro no exista.

No soy un apocalíptico que cree que el mundo acabará muy pronto, tampoco un soñador que desee cambiar el rumbo aniquilante que nuestra sociedad le imprime al medioambiente. Tan solo lamento que tantas personas prefieran acumular riquezas en sus cuentas corrientes en vez de regalarle vida a las futuras generaciones,