31 octubre 2006

La partida de mi mejor amigo


El día 22 de noviembre del año 1990 me llamó mi hermano a la casa y me pidió que fuera el fin de semana a ayudarlo con el cambio de casa. Ese sábado llegué a las 10 con jeans y polera listo para subir maletas y cajas a una vieja camioneta Ford que trasladaría todas las pertenencias de Mauricio de la pseudo parcela en el 31 de Vicuña a su nuevo hogar.

Apenas llegué pregunté por la "Coca", le perrita fiel de mi hermano. "Ahí atrás está, tuvo sus cachorritos la semana pasada". Fui a lo más alejado del patio, bajo el sauce, y ahí estaba la quiltrita, con ojitos de alegría de verme y con 6 o 7 porquerías negras luchando por sacar leche de sus tetas.

Obviamente el cambio de casa pasó a segundo plano y me dediqué por completo a zamarrear a los recién nacidos, alimentar a la Coca y pensar de qué modo podía evitar un destino fatal: Mi hermano sólo se llevaría a uno de los perros nuevos con él y todo el resto, incluídos la Coca, se quedaban en ese lugar al amparo de su suerte.

Cuento corto, agarré a los dos más juguetones y me los llevé en los bolsillos laterales de una mochila. Se fueron llorando todo el camino de La Florida a Providencia, se cagaron, se mearon y hasta vomitaron. Pero llegaron bien, literalmente "vivitos y coleando".

--¡Dónde vas a dejar esos perros, Leonardo!!! Acá en la casa no te admito perros-- me dijo mi madre apenas me vio llegar.
--Madre, se van a quedar unos días mientras les encuentro un hogar.
-- Mañana no los quiero ver aquí-- dice mirando con horror el instante preciso en que uno de ellos dejó su primer surullo en la alfombra.

Pasaron tres días hasta que logré regalar uno (el más bonito) a una amiga. Pero pasó una semana, dos y un mes completo, y el segundo cachorro no encontraba lugar ni dueño. Ya en diciembre, lo llevé al último día de clases al Colegio, justo antes de egresar de Cuarto Medio. Todos lo vieron, jugaron con él y asumieron que era mío.

-- ¿Cómo se llama? -- me preguntó Pedro Ayala.
-- No sé, no es mío, ando buscándole dueño.
-- Compadre, se nota que ya es suyo. Si hasta le mueve la cola de puro verlo.

La verdad es que yo ya no quería regalarlo. Había conseguido que mi madre lo aceptara y hasta le habíamos comprado un "patito" que es como una mamadera de vidrio que usan las guaguas recién nacidas, para que tomara leche. Fue justo antes de Navidad que decidí llevarlo al veterinario y ponerle sus vacunas.

-- ¿Nombre del perrito? -- me dijo la niña.
-- SLY.
-- ¿Cómo se escribe?
-- Ese, ele, igriega... "eslay".

El nombre lo decidí por tres razones. El primero es la originalidad. Aún no conozco otro perro llamado igual. El segundo es que en el inglés británico significa "astuto". Y la tercera razón es que es el diminutivo del nombre Sylvester, nombre que se hizo conocido con Stallone y su saga de Rocky... y "Rocky" era el nombre del padre de esta criatura, un Pastor Alemán inscrito y todo que se metió con la quiltrita de la Coca.

Del 90 al 2006 tenemos exactamente 16 años, los mismo que ha vivido mi amigo Sly. En ese lapso ha recorrido miles de millones de veces los parques de Carlos Antúnez, se ha arrancado en una veintena de oportunidades y todas las veces volvió, viajó conmigo a la playa y el campo, se metió con cuanta perra paseaba por Providencia, se hizo más conocido que yo en el sector ("Ahí va el dueño del Sly", decían...), le sacó la cresta hasta a perros que los alimentaban con carne cruda y más encima se transformó en un gimnasta olímpico debido a sus aptitudes para saltar por sobre los 2 metros sin necesidad de tomar vuelo.

Pero 16 años para mí, en los que estudié dos carreras, pololié 14 veces, trabajé en 8 empresas, armé un diario electrónico y hasta me cambié a vivir solo, se han transformado en más de 110 para mi viejo y querido Sly. Ya pueden imaginar su deterioro físico y mental, lo que me lleva cada vez más seguido al veterinario. Y la última vez que lo llevé con mi madre fue muy fuerte.

-- El perrito se ve bien, no tiene alteraciones en la sangre. Tiene los órganos de un perro joven, pero claramente esta muy disminuido, muy viejito...
-- ¿Y?
-- ...y en esas condiciones yo recomiendo aplicarle la Eutanasia.

Con mi madre nos pusimos los dos a llorar. Cuando llegamos a la casa y vimos al Sly tirado en su rincón lo abrazamos hasta tarde y le pedimos perdón por la decisión que debíamos tomar, por su bien, por que no queremos que un perro que fue mi compañero de adolescencia y como un hijo para mi madre de lástima con su deterioro.

Este sábado 4 de noviembre, a tres días de su cumpleaños número 16, el Sly sentirá el pinchazo que lo dormirá para siempre. Aún no acepto esto, aún lloro cuando veo que el día está más cerca y que de mí depende que viva unos días más. Pero por otra parte siento que soy egoísta si sigo manteniendo con vida a mi mejor amigo, sólo para no tener que cargar con la responsabilidad de su muerte.

Al Sly le di todo lo que un amo puede dar a su mascota. Todo. Al vivir en departamento tuve que responsabilizarme por sus cuatro paseos al día los siete días a la semana. Pero sus lamidos en la cara, su salto sobre la cama para despertarme y su absoluta felicidad por estar conmigo y mi familia, lo paga todo.

Me quedo con los más lindos recuerdos de un amigo ejemplar, que junto a mi padre, mi abuelo, maá algunos amigos y tíos, me acompañará desde el infinito azul del cielo. Adiós Sly.