16 septiembre 2006

Entre 17 y 19

Por alguna extraña razón, los 18's de septiembre nunca pasan desapercibidos por mi vida. Sin exagerar, podría escribir un libro plagado de aventuras sólo con las diversas vivencias asociados a las fiestas patrias. Y mientras escribo esto, de más cosas me acuerdo, cosas olvidadas hasta este preciso minuto.

ALGUNAS POSTALES (sin orden cronológico, para confundir fechas): Leo besando la tierra mientras el hermano mayor baja la segunda botella de chicha al seco. Leo zapateando una cueca sin música ni fonda (jejeje). Leo bajándose rápido de un auto para que no pasen un parte. Leo en Viña jurando de guata que estaba en Valparaíso. Leo saliendo el 17 en la tarde y llegando el 20 a los pastos de la Universidad de Santiago. Leo jugando a ser papá con una niña hermosa, cuya madre no soltaba mi mano. Leo solo en su oficina con botellas vacías de diversas marcas y tipos. Leo en Miami abrazado de Tribilín justo fuera del Castillo de Disneylandia (y no estaba curado, viaje en esa fecha a EE.UU.). Leo abrazado a ella ("ella", poh) bajo la luna y junto a una fogata, tomando vino y conversando. Leo en una fonda de verdad bailando cueca mejor que el mejor de los huasos de allá (y la huasa con que bailaba aún es mi amiga). Leo fashion en la Estación Mapocho.

Quizá algún día me anime a contar algunos de esos carretes memorables en este blog. O quizá derechamente escriba el libro y lo publique, jajaja. No sé... lo claro es que HOY no será el momento en que haga trabajar las neuronas con lo añejo. Si cada 18 que ha pasado me ha deparado aventuras... ¿Por qué razón éste 18 debería ser diferente?

Mejor me alisto para lo que comienza hoy y termina... ¿El martes? A ver si luego de todo esto les cuento cómo anduvo este 18. Por lo pronto parto a juntarme con parte de mi familia a la VII Región, previo "aro-aro" por Curicó, donde estas fiestas se viven de manera intensa. Muy intensa.

13 septiembre 2006

Give me a break

Mil veces me he preguntado qué es peor (o mejor): si castigar a una persona sin mostrarle cuál fue su error... o mostrarle el error, buscar sus disculpas, pero igualmente castigarlo.

¿Qué es mejor? ¿Un ciego de nacimiento que nunca pudo ver los cosas del mundo o uno que queda ciego después de maravillarse con el mundo? ¿Nunca tener lo que uno buscó o perder todo lo que se tuvo y quedar con nada?

Me cuesta entender dónde está lo bueno de las cosas malas que nos pasan. Soy optimista por naturaleza, pero tampoco tan imbécil como para creer que todas las cosas malas sirven para algo.

Un poco de oxígeno, por favor. Por favor... plis...

08 septiembre 2006

Un abrazo especial

Hoy llegué a casa de mi madre y ya venía con la idea que algo distinto ocurriría. ¿Percepción? Da lo mismo, el tema es que el corazón palpitaba distinto, más rápido...

Abrí la puerta y me encontré con mi madre que bajaba las escaleras. Apenas la miré noté que retenía algo, su cara estaba extraña. "Baja", le dije con los brazos abiertos. Mientras lo hacía lentamente me iba preguntando cómo estaba, explicando que el almuerzo ya estaba listo y otras cosas. Hasta que llegó frente a mí. Estiré los brazos y la abracé.

Al principio me rechazó, pero la tomé más fuerte y la besé en la mejilla. Sin decir palabra puso su cabecita en el hombro y se puso a llorar. Y lloró y lloró, unos cinco minutos sin parar y sin decir nada, solo recibiendo desprotegida mis cariños y besos.

Tan fuerte fue el momento que hasta a mí se me arrancaron unas lágrimas.

Cuando la pena (o quizá angustia) pasó, nos separamos levemente y pude intercambiar algunas palabras...

-- Te quero madre.
-- Yo también.
-- No tengas pena, no hay nada que no podamos solucionar juntos.
-- Si sé... pero tengo pena y no sé por qué.
-- Te quero madre.
-- Yo también.

Almorzamos de manera normal, saqué al perro y me fui a la pega tras un dulce beso. Ya en el metro la llamé...

-- ¿Aló?
-- Soy yo... era para decirte que te quiero.
-- Gracias (un suspiro). Yo también.
-- Fuerza, que ya vas a estar bien.
-- Gracias.

Cortamos.

La situación vivida me recordó que tengo la gran fortuna de poder hacerme cargo de mi madre, ayudarla con sus cosas y acompañarla para que no se sienta sola... la soledad es el peor enemigo de la vejez. Sentí que ella está orgullosa de mí y eso me llena el alma.

Hoy le devolví la mano... recordé de las tantas veces en que sus brazos rodearon mi cuerpo cuando tenía pena, haciendome sentir protegido y amado. Hoy, por un instante, pude llenar sus necesidades de cariño y comprensión.