29 septiembre 2012

Perdí mi trabajo injustamente por culpa de Twitter


Hace unas semanas, de visita por Valparaíso, visité a un viejo amigo de esos que te contagian con su energía y capacidad. Pero me topé con su sombra: días atrás lo habían echado de su trabajo por culpa de Twitter ¿Qué error tuvo que cometer para que esto sucediera? Olvidar su celular en una cafetería.

La historia es la siguiente: Franco –nombre evidentemente falso pero que al menos sirve para recordar uno de sus principales atributos como persona--, abrió hace dos años una cuenta en Twitter y poco a poco fue descubriendo el potencial de esta red social del pajarito celeste con actitud inocente.


“Saliendo de reunión y con contrato firmado. TOMA jefe! Pague la comisión no+”, “otra vez no salió el pago. Qué pasa con los derechos del trabajador?”, “mis hijos en casa y yo aquí trabajando hasta tarde. #NoMeExploteJefe”, son algunas de las frases de menos de 140 caracteres que aún reposan en su Trending Line, dando cuenta del mismo uso que le damos miles de personas en todo el mundo a esta herramienta: decir lo que pensamos y, en particular, lo que nos desagrada

Jamás lo pensó como una forma de dañar. Más bien era un juego, un grito al vacío para ver si alguien lo escuchaba, lo respondía o lo replicaba. Y así era. Sus seguidores pasaron de 7 amigos el primer mes a los 391 que hoy luce con orgullo. “Vamos por esos 400 followers. Me dan una mano? Please RT”, aparece en el último de sus tuits. En verdad hay más. Muchos más. Pero ese es el último que él escribió.

Ese viernes en la tarde, en vísperas del 18 de septiembre, partió después del trabajo con algunos colegas a celebrar junto a un vaso de chicha y algunas empanadas. Ya cerca de la medianoche, los tres comensales que quedaban decidieron terminar la noche en un local donde cantaron y bailaron hasta el amanecer.

Al día siguiente su celular no estaba. Fue a los lugares donde estuvo y nada. Pidió el corte del servicio y ya el jueves 20 contaba con nuevo equipo. Configuró su mail. Configuró su Facebook. Pero no pudo con Twitter. La clave no funcionaba. El lunes, de vuelta al trabajo, su jefe lo esperaba. “¿Así que soy un ladrón?”, lo encaró.

Franco no entendió nada. Su jefe le mostró la cuenta de Twitter que él reconoció como suya y 3 tuits con frases de alto calibre acusándolo de ladrón, coludido y mafioso. Mi amigo le explicó la pérdida del equipo esa misma noche y la posibilidad cierta de que quién lo encontró pudo acceder a su cuenta y escribir esos mensajes, pero no lo convenció. Y lo despidieron.

“Qué injusticia”, le dije. Ya de vuelta a Santiago miré con recelo el pajarraco celeste de mi celular. Puse atención y vi que mi cuenta no tiene un candado ni ninguna señal que asegure la autenticidad de que yo soy yo. Al aterrizar podía olvidar mi celular y cualquier inescrupuloso podría escribir lo que quisiera en mi cuenta y publicarlo.

Lo de Franco ya es historia. Ya lo echaron de su trabajo injustamente. Y con esta columna espero que no vuelva a ocurrir . Que la Ley chilena se preocupe de legislar para discriminar entre el poseedor de una cuenta y quien sube los 140 caracteres, para que proteja a trabajadores, emprendedores, estudiantes y a todos los chilenos de esta injusticia.

Por cierto, acabo de quitar Twitter de mi celular. Uno nunca sabe...  

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