Desde esta posición te puedo ver feliz, corriendo tras las palomas que habitan la plaza en que juegas. Tus dientes brillan con el sol y tus manos persiguen el aire como si se fuese acabar. Te ries fuerte, los ojos se te cierran por las carcajadas que sueltas mientras danzas en el pasto y te aventuras a senderos que parecen un desafío para ese cuerpecito diminuto. No piensas en consecuencias, te dejas llevar.
No hay nadie por ahí, nada interfiere y todo forma parte de tu mundo.
Ahora te veo llegar a casa corriendo, traspirado, agotado pero listo para seguir con otro juego. Te espera el televisor, los monitos, Tom que persigue a Jerry y un gran vaso de leche y galletas. Ya es tarde, te acuestas, rezas el Ángel de la Guarda y volteas para conciliar el sueño. Mañana se viene un día agitado.
Y así lo es. Despiertas rápido. En segundos estás peinado, vestido, con el bolsón en una mano y un pan con mantequilla en la otra. Te despides, bajas las escaleras con una rapidez felina y recorres las veinte cuadras que te separan del colegio en instantes. Saludas a tus compañeros, entregas la tarea, te ríes de algo, te retan, te disculpas, te molestan, te sientas, te incomodas y te alegras de salir a recreo. Con millones de amigos vestidos con cotonas rústicas arman una pelota de papel y se disponen a jugar. Todo es cancha, todos contra todos, todos corren y saltan, suena el timbre, último gol gana.
El hambre avisa que ya está por teminar el día en el Colegio. Te formas ordenadamente por apellido, tomas distancia, caminas al portón de salida, te empujan, te ríes, empujas al de adelante, sales a presión y corres hasta la esquina. Nadie se despide y tu tampoco, caminas solo y te asombra que el verano ya comience, que los árboles de ayer mustios ahora estén vestidos de verde. Te gusta sentir el sol en la cara. Tienes cuidado con el perro de la esquina, saludas al jardinero y subes (corriendo) las escaleras. Tocas el tiembre diez, veinte veces sin parar hasta que te abren y te retan por tocar tantas veces. Te disculpas con una sonrisa y corres a tu puesto donde te espera tu plato, tu vaso y tu servicio. Pero tienes que cumplir con la orden de lavarte las manos.
Llegas al baño y juegas con el jabón. Lo humedeces y resfriegas las palmas en él. Te asombra ver la cantidad de blanca espuma que se forma, cómo se tiñe de negro, cómo se resbala y luego cómo desaparece bajo el chorro de agua. Te mojas la cara, te gritan desde abajo que la comida se te va a enfriar, te secas y bajas al comedor. Y apenas terminas tu plato favorito de carne con arroz y un plátano con manjar vuelves a salir. No puedes estar quieto, no sabes lo que es "perder el tiempo", la pena es sólo una forma de acaparar la atención.

No sé cuándo cambiaste todo ello ni me importa, mientras sepa que lo único intransable es tu decisión de ser feliz en esta vida.