20 abril 2009
Tutú, chacachaca
Me parece increíble (de no creer) el ir de viaje al sur de Chile en tren y, al mismo tiempo, conectado a internet desde mi notebook. Quién lo diría si hace 20 años atrás me encontraba en estos mismo vagones rumbo a Puerto Montt en una aventura que duró casi todo enero.
Con mochila al hombro recorrí cada pedazo de la Región de Los Lagos, urgando --junto a César Pedrini primero y junto a una treintena al año siguiente--, en cada camino, inventando senderos donde sólo había tierra, pernoctando en lugares donde el techo estaba lleno de estrellas, comiendo lo que en Santiago se bota a la basura, vistiendo harapos y tocando guitarra.
No exagero si escribo que fueron más de cien las anécdotas de ese viaje. Desde cambiar un rosario católico por dos empanadas hasta viajar en la parte de atrás de una camioneta junto a una Pastor Alemán y sus 6 cachorros recién paridos. Desde una tarde perdida en un camino sin nada ni nadie (donde pensamos que probablemente nos quedaríamos por siempre), hasta estar en un camión maderero con rumbo al norte.
Los recuerdos están llenos de códigos y, por ende, no viene al caso detallarlos. Sólo creo pertinente recordarle a mis neuronas cuando mañana ya no funcionen con tanta agilidad, que el pasado nunca se debe renegar. Que los lustrados zapatos de hoy son el resultado de las polvorientas zapatillas de ayer.
Hoy viajo en tren con tarjetas, dinero en efectivo, sumamente tecnologizado y con una habitación de hotel que me espera. Pero nada de esto tendría el sentido que le otorgo sin haber viajado a escondidas, sin dinero, escapando de las obligaciones y abrazado del viejo saco de dormir, el único que usé por 10 años en más de 30 viajes.
No sé cuánto ha cambiado el paisaje que acompaña estas palabras. Cuántos vivos y cuántos muertos quedan de esos años. Desconozco si queda gente que espera por el tren en estaciones perdidas. No sé si la lluvia que cae sobre estos fierros galopantes sige inspirando a poetas furtivos.
Ni sé dónde están gritando, riendo, conquistando, durmiendo, cantando y soñando los que ayer hacían todo eso conmigo en este vagón. Sólo puedo asegurar que quise salir al extremo del tren y me lo prohibieron. Que mi asiento tiene un número y éste debe coincidir con mi boleto. Que el romanticismo de antaño se esconde tras la modernidad eficiente (EFE-siente) actual.
Y por todo eso más abrigo mis recuerdos. Más amo mi memoria. Más disfruto lo vivido. Y por donde voy, cargo con lo que fui y construyo lo que soy, pues eso seré.
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